¿Hasta qué punto, y bajo qué condiciones, un modelo de crecimiento
económico basado en la industria extractiva es o puede volverse consistente con
una apuesta por formas de inclusión democrática, calidad de vida y salud
ambiental que sean sostenibles en el tiempo?
Lograrlo
dejaría contentos a todos, pero lamentablemente no se puede. La teoría
económica y las experiencias neoliberales recientes, han demostrado que los
países ricos en recursos naturales deben optar: o viven de la renta de los
mismos y peor aún, del "chorreo" de aquella, o la utilizan para
impulsar las únicas economías que pueden resultar consistentes con dicha
apuesta: aquellas basadas en el valor agregado por el trabajo de sus ciudadanas
y ciudadanos.
Es una cosa o la otra.
El modelo noruego es el opuesto del chileno: Bajo el primero, los recursos
naturales son una bendición, que han permitido a su pueblo alcanzar el más
elevado desarrollo humano del mundo, sin menoscabo de la producción interna de
valor agregado. El segundo demuestra que pueden convertirse en una maldición,
cuando caen en manos de grandes corporaciones rentistas privadas, cuya
hegemonía puede distorsionar la economía y la sociedad, y depredar el medio
ambiente.
Lamentablemente,
al parecer, todavía no hay plena conciencia de ello entre las elites y
autoridades de Chile y otros países de la región Andina. Un seminario en torno
a esa pregunta tuvo lugar en Bogotá, en diciembre del 2012, en el marco de la
celebración de los 50 años de la Fundación Ford en la región y reunió a
dirigentes de movimientos sociales, con presencia de empresarios, junto a
autoridades políticas locales y nacionales, incluyendo algunos ministros de
Colombia y Perú y figuras como el expresidente chileno, Ricardo Lagos.
El
debate giró principalmente en torno a cómo la industria extractiva puede
aportar más a las comunidades, a los países y al cuidado del medioambiente, lo
cual resultaría verdaderamente encantador. Sin embargo, la pregunta de fondo
respecto del modelo de crecimiento basado en la industria extractiva, apenas
fue insinuada. ¿Está sucediendo lo mismo en el debate programático de las
candidaturas presidenciales en Chile?
Teoría
Como
es bien sabido, uno de los descubrimientos fundacionales de la teoría económica
moderna, es que no todos los productos ni todas las empresas son iguales: los
bienes y servicios producidos en condiciones competitivas, son fundamentalmente
diferentes a aquellos otros cuya producción está constreñida por algún recurso
escaso, o es afectada por monopolios de otro tipo; asimismo, Apple y Exxon son
las dos corporaciones más valiosas del mundo, sin embargo, una y otra son de
muy distinto pelaje.
Los
precios de los primeros tienden establemente a la baja, mientras los segundos
fluctúan continuamente, a veces en forma enloquecida, según los vaivenes de la
demanda. Los mercados de aquellos son el ambiente natural de las empresas
auténticamente capitalistas, mientras los de éstos están dominados por grandes
rentistas, que se han apropiado de recursos escasos o han logrado imponer
monopolios de otro tipo.
Los
precios competitivos tienden a igualarse con los costos de producción
promedios, que incluyen la ganancia capitalista media. Es decir, se determinan
exclusivamente desde el lado de la oferta, la que se acomoda con elasticidad a
las permanentes fluctuaciones de la demanda. La única manera en que un grupo de
capitalistas logran obtener una ganancia superior a la media, es mediante la
innovación para mejorar sus diseños y bajar sus costos. Dicha ganancia
extraordinaria proviene de una transferencia, de parte del valor agregado por
los más lerdos entre sus competidores. Éstos no obtienen ganancia alguna o muy
poca, puesto que el precio se establece al nivel de los costos de la mayoría de
los productores, los que coinciden con el promedio de esa industria. Nadie allí
puede clavar la rueda de la fortuna ni dormir sobre sus laureles. Los
innovadores de hoy pueden estar mañana en el montón, quedar entre los rezagados
o ser expulsados del mercado sin muchos miramientos.
La
oferta de los segundos, en cambio, está constreñida por la escasez de los
recursos de mejor calidad. Por lo tanto, para satisfacer los incrementos de la
demanda, se hace necesario poner en producción los de calidad inferior. De este
modo, los precios se fijan al nivel de los productores con costos más elevados.
En consecuencia, todos los demás obtienen un sobreprecio por encima de los
suyos. Éste genera una sobreganancia, por sobre la que obtienen en promedio los
capitalistas que operan en mercados competitivos, la que se transforma en renta
de los recursos de mejor calidad relativa, cuyos propietarios lo exigen como
una suerte de peaje para permitir el acceso a los mismos. Por este motivo fue
denominada "renta diferencial" por David Ricardo (1817). Incluso los
propietarios de los recursos con menos bendiciones, exigirán una renta para
ponerlos en producción, la que Marx (1867) denominó "renta absoluta".
Si por añadidura, los recursos no son renovables, su escasez relativa resultará
aún más restrictiva, puesto que siempre será conveniente guardar parte de ellos
para el futuro, lo que da origen a lo que Hötelling (1929) denominó "renta
ínter temporal." Paul Samuelson (1948), demostró que los monopolios de
cualquier tipo también se las arreglan para vender por encima de sus costos de
producción y denominó "cuasi renta" a la que obtienen a partir de su
control de mercados que no están limitados por factores escasos.
¿Quién
paga la renta? La ley económica fundamental establece que, en la economía
mundial en su conjunto, la suma de todos los precios no puede exceder a la suma
de todos los costos de producción. De este modo, si algunos bienes o servicios
se venden por encima del costo, necesariamente otros deben venderse por debajo
de los suyos. La alternativa sería pagar el sobreprecio con ahorros, pero éstos
se agotan. Tampoco se ha visto que las rentas se paguen con cargamentos de oro
llegados de otros planetas.
Por
otra parte, los costos son iguales a la suma de las compras netas de insumos y
depreciaciones de bienes, producidos en períodos anteriores, más el valor
agregado en todos los procesos de producción, en un período dado. Este último
es el producto interno bruto (PIB) creado cada año, el que a su vez se
distribuye en ingresos del trabajo, excedentes de explotación e impuestos menos
subsidios estatales. Las rentas se sustraen de los excedentes de explotación,
rebajando la ganancia media de los capitalistas y, consecuentemente, los
precios de todas las mercancías producidas en condiciones competitivas. De este
modo, las compras netas de insumos y depreciaciones que provienen de períodos
anteriores, más los salarios, ganancias y rentas en que, según la fórmula
trinitaria de Adam Smith (1776), se distribuye el PIB del período en curso,
conforman la demanda solvente para los bienes y servicios producidos en un año
determinado, en la economía mundial en su conjunto.
Todos
los recursos escasos generan renta, tanto si prestan servicios, como ocurre con
los profesionales afamados y la tierra urbana, como si se trata de factores de
producción de bienes, como los minerales que yacen en sus depósitos, la tierra
virgen, agrícola o forestal y el agua, así como la vías urbanas, pesquerías e
incluso la atmósfera, cuando el acceso a los mismos es regulado. El
"precio" de estos elementos no se origina en su costo de producción,
puesto que no lo poseen por definición, sino en el flujo descontado de sus
rentas futuras.
Sin
embargo, lo que da origen a la clase social especial de los rentistas - que son
muy diferentes a los capitalistas -, es la propiedad privada sobre trozos del
planeta y sus recursos. Según Marx, en una sociedad más avanzada del futuro,
ella "será considerada algo tan monstruoso como la propiedad de un ser
humano sobre sus semejantes." Si la clase de los rentistas logra imponer
su hegemonía en países ricos en recursos naturales, pueden generar enormes
distorsiones en su estructura productiva y social.
Paul
Samuelson advierte que si las rentas se privatizan, equivalen a un subsidio a
las inversiones que se dirigen a esas industrias, puesto que si logran
apropiarse de los recursos, las empresas que los explotan obtienen la ganancia
capitalista media por las operaciones productivas que allí realicen, más la
renta de los recursos de los cuales se han apoderado. La consecuencia es la
sobreinversión en dichos sectores, con perjuicio de la producción interna de
valor agregado en la economía en su conjunto. Como se ha visto, las rentas no
constituyen creación, sino transferencias de valor agregado, desde las
industrias competitivas a los rentistas, a costa de una reducción de la
ganancia capitalista media.
Si
dicha transferencia se origina dentro del mismo país, como ocurre en economías
grandes con bajo peso del comercio exterior, el resultado es una reducción
significativa de la ganancia capitalista media de la economía en cuestión, con
la consecuente pérdida de dinamismo. Es lo que ocurre en el mundo en su
conjunto, en períodos de altos precios de los recursos: una proporción
creciente de la ganancia capitalista global se desvía como pago de rentistas,
lo que bien puede conducir a una recesión global; es por eso que el alza en el
precio del petróleo, por ejemplo, genera una desaceleración económica.
En
caso que las rentas se originen en recursos exportados, como sucede
generalmente en las economías relativamente pequeñas y ricas en recursos
naturales, dichas transferencia provienen de los países que los consumen. En
este caso, el resultado es la denominada "Enfermedad Holandesa." Ésta
no consiste solamente en una apreciación del tipo de cambio, como usualmente se
piensa, sino en un peso desproporcionado de las rentas en la economía de ese
país, que la hace vulnerable a las fluctuaciones en los precios de los recursos
exportados. Puede haber asimismo superávit persistentes en el comercio
exterior, en países que no exportan productos con renta, sino producidos en
condiciones competitivas. A diferencia de aquellos, el precio de éstos se
origina exclusivamente en el valor agregado en su proceso productivo interno, es
decir, es igual a su costo de producción. En ambos casos habrá una apreciación
del tipo de cambio y un excedente exportado, cuyo valor en dinero podrá ser
atesorado o reexportado como capital. Sin embargo, no todos los superávit
comerciales son iguales, ni todos los países exportadores son afectados por la
"Enfermedad Holandesa." En el caso de países como Alemania o Corea,
por ejemplo, para enfrentar una contracción del mercado mundial, basta con que
redirijan al mercado interno el excedente antes exportado. Existirá allí una
demanda solvente para absorberlo, puesto que consiste exclusivamente en valor
agregado internamente, y pagado íntegramente como costo de los factores de
producción, incluyendo la ganancia capitalista media. De este modo esas economías
podrán continuar produciendo al mismo nivel anterior, aunque probablemente
deberán modificar la composición de su producción para adecuarla a la demanda
interna; producir menos camiones y más automóviles, por ejemplo, pero con una
suma de valor similar. Incluso puede beneficiar a la población, que ahora
consumirá todo lo que produce.
En
cambio, en los países que reciben elevadas transferencias de renta desde el
exterior, ésta se desvanece en el aire al contraerse la demanda mundial. De
este modo, se enfrentan a la triste realidad de rebajar su nivel de vida al
valor agregado en sus procesos productivos internos. Su economía se reduce
exactamente en la magnitud de las rentas transferidas desde el exterior, es
decir, en el sobreprecio de los recursos antes exportados, por encima de sus
costos de producción; al desaparecer dicho sobreprecio, una parte del PIB del
país en cuestión simplemente se esfuma. Muchos países exportadores de materias
primas han corrido esta suerte en el pasado, entre ellos Chile, cuando la Gran
Depresión desvaneció la renta del salitre.
Como
señaló hace poco el diario británico Financial Times, la economía de los
recursos es como la de los buscadores de tesoros: su precio no guarda relación
con el costo de encontrarlos y extraerlos, sino que se determina exclusivamente
por la demanda y, como bien sabía el arrendatario escocés James Anderson
(1777), inventor del arado escocés y autor de la teoría de la renta, ésta
equivale a un tributo que los capitalistas pagan a los terratenientes.
Por
estas razones, los auténticos capitalistas y la teoría económica desde sus
mismos inicios, han promovido la nacionalización de los recursos naturales, la
legislación antimonopolios y/o la captura de las rentas por parte del Estado:
De este modo se nivela el terreno a la competencia en todas las industrias por
igual, logrando una distribución óptima de las inversiones productivas y un
aprovechamiento de las rentas en beneficio del conjunto de la sociedad, en
lugar de alimentar con ellas a una clase parasitaria.
Práctica
Los
países han asimilado estas lecciones en buena medida, de una manera u otra.
Casi todos ellos han establecido la propiedad del Estado sobre los recursos del
subsuelo, el agua, los fondos marinos, así como su soberanía sobre la tierra en
general; en los países emergentes, ésta es una de las principales herencias del
desarrollismo estatal del siglo 20. Actualmente, las empresas estatales tienen
acceso a más del 85 por ciento de las reservas mundiales de petróleo e incluso
en países donde se permite un acceso limitado de empresas privadas a las
mismas, como el Reino Unido o Noruega, su renta es capturada casi íntegramente
por el Estado, mediante regalías y otros mecanismos.
Sin
embargo, el auge neoliberal de las últimas décadas, representó un retroceso
significativo en esta materia, permitiendo la privatización de vastas reservas
de recursos naturales, de los cuales se han apropiado las grandes corporaciones
rentistas transnacionales, las que se han fortalecido extraordinariamente en
este período.
Ha
sido más bien al revés. El renacer del neoliberalismo desde las cenizas a las
que fue reducido tras la Gran Depresión, y su auge global en las últimas cuatro
décadas, se explican principalmente por la hipertrofia del sector financiero
durante el mismo período, que los apadrinó cariñosamente. Sin embargo, las
grandes corporaciones rentistas no han sido ajenas a este fenómeno, ni mucho
menos. Su tamaño e influencia también creció extraordinariamente en estos años,
especialmente el de las grandes petroleras tras el alza del precio del crudo en
los años 1970. Su influencia sobre el Reaganismo es bien conocida y éste, a su
vez, fue determinante en el renacimiento neoliberal, el cual ha sido auspiciado
generosamente por las grandes corporaciones rentistas, en todo el mundo.
El
rasgo anti Estado del neoliberalismo, anarquismo burgués como lo denomina Eric
Hobsbawm, le viene como anillo al dedo no solo a los banqueros, que con su
ayuda lograron imponer la globalización sin trabas del capital especulativo.
Ello también resulta favorable para los grandes rentistas, los que por estos
días se han vuelto librecambistas a ultranza: no requieren protección estatal
alguna, puesto que están sentados encima de ella. Son partidarios de bajar los
aranceles a cero, porque de ese modo abaratan sus insumos.
El
neoliberalismo les ofrece un atractivo adicional: es la única escuela económica
que considera irrelevante la teoría de la renta; no la niega pero dice que no
es significativa puesto que, según ellos, en el largo plazo, no existirían
recursos escasos. Nada puede ser más seductor para los grandes rentistas. No se
la pueden creer: por primera vez, una escuela de economistas reniega de lo que
ha sido una piedra angular de esta ciencia desde hace doscientos cincuenta
años.
Las
grandes corporaciones rentistas constituyen una suerte de híbridos. Tal como
ocurría con las que profitaban del vil tráfico antes de su abolición, sus
acciones se transan en las principales bolsas mundiales, como si fuesen
empresas capitalistas respetables. Operan asimismo en su interior, algunas
actividades productivas y comerciales propiamente capitalistas. De hecho,
subcontratan la mayor parte de sus actividades de exploración, extracción,
refinación y transporte, así como parte de sus operaciones comerciales, con
filiales o contratistas externos, propiamente capitalistas, en las cuales
ocupan a algunas decenas de miles de trabajadores a nivel mundial. Sin embargo,
el grueso de sus ingresos y utilidades no provienen del valor agregado por
éstos, sino de la renta de los recursos de los cuales se han apropiado. Aunque
la mona se vista de seda...
De
las veinte mayores empresas globales en la actualidad, según su capitalización
bursátil, seis son petroleras o mineras: Exxon, Shell, Chevron, BHP Billiton,
Petrochina y Petrobras, sin embargo, las dos últimas son estatales. Las cuatro
primeras se cuentan a su vez entre las diez mayores corporaciones del mundo
según sus ventas, seis de las cuales son rentistas, incluyendo a British
Petroleum y la Estatal rusa Gazprom además de las anteriores.
El
nivel de apropiación de recursos por parte de estas corporaciones no tiene
precedentes. En Chile, por ejemplo, a pesar que la Constitución establece la
propiedad estatal "inalienable e intransferible" del subsuelo, un
puñado de grandes empresas mineras han declarado "concesiones plenas"
sobre poco menos de 28 millones de hectáreas, área que cubre más de un tercio
del territorio nacional y es mayor que la superficie total del Reino Unido.
Dichas concesiones son indefinidas, hereditarias y transferibles, fueron
adquiridas sin pago alguno y el costo de mantenerlas es un dólar por hectárea
al año. Si el Estado quiere recuperarlas, debe pagar el valor total de los
minerales que eventualmente se encuentren en ellas. En Perú y Colombia, las
mineras privadas se han adjudicado asimismo concesiones sobre más de veinte
millones de hectáreas en cada caso, aunque las mismas son temporales y están
sometidas por lo general a regalías.
Estas
últimas no se aplican a la explotación de los minerales en Chile, que recién el
2003 estableció un tímido impuesto específico a las utilidades de las mineras,
que el 2010 se incrementó al doble. Según el Servicio de Impuestos Internos, el
Impuesto Específico a la Actividad Minera recaudó un promedio de 389 millones
de dólares anuales, entre 2005 y 2010. La Estatal CODELCO representó un 60 por
ciento de ese tributo, por lo que las privadas pagaron solo 233 millones de
dólares anuales en promedio, lo que equivale aproximadamente a un 0,9 por
ciento de sus ingresos de explotación, los que promediaron 25.703 millones de
dólares por año, en ese período. Dicho impuesto representó el 1,45 por ciento
de sus utilidades antes de impuestos, intereses, depreciación y amortización,
que se conocen por su sigla en inglés, EBITDA. Estas últimas promediaron 16.127
millones de dólares anuales, cifra que equivale casi exactamente a la mitad de
los ingresos tributarios totales promedio del Estado, en el mismo período. Es decir,
los chilenos sostienen un Estado y medio: uno mediante sus impuestos y medio
adicional con la renta que "conceden" a las mineras privadas.
Sus
panegiristas gustan de embolinar la perdiz con los impuestos a la renta
aportados por "la industria" al erario nacional. En Chile, por
ejemplo, generalmente publican los aportes al Estado de "la minería,"
sin detallar que CODELCO aporta dos tercios de estos recursos controlando sólo
un tercio de la producción. La verdad es que aparte del impuesto específico antes
referido, los propietarios de la "industria" minera pagan menos
impuestos a la renta que los dueños de una modesta pastelería.
En
ambos casos, la empresa misma debe pagar el denominado impuesto de primera
categoría, que actualmente es de 20 por ciento sobre las utilidades. En ambos
casos, hacen uso de toda una batería de artilugios contables que les permiten
postergar dicho pago, o eludirlo derechamente. Ciertamente, las mineras han
demostrado en esta materia una creatividad y capacidad de innovación a toda
prueba, que harían las delicias de los pasteleros.
Nadie
como la minería ha utilizado tanto el sobre endeudamiento con filiales en
paraísos fiscales, para remesar utilidades bajo la forma de intereses,
eludiendo impuestos. Nadie ha usado y abusado como ellos de los beneficios de
la depreciación acelerada. Principalmente mediante estos mecanismos, Exxon
operó un mineral de cobre en Chile durante 23 años a pérdida, para luego
venderlo a Anglo American ¡en 1.500 millones de dólares! Estudios publicados por
NN.UU. han demostrado que, incluso mineras que posan de líderes en
"responsabilidad social corporativa," eludieron impuestos al
subdeclarar el contenido de oro, plata, molibdeno y otros
"subproductos," en los concentrados que venden a sus filiales en el extranjero,
a los cuales pagaron, además, cargos de refinación superiores al precio más
alto del mercado y, finalmente, vendieron a las mismas empresas relacionadas el
contenido de cobre de los mismos, sistemáticamente por debajo del precio
promedio de la bolsa de metales de Londres.
Los
mecanismos antes referidos, entre otros, rebajan las utilidades y
consecuentemente el pago de impuestos a la renta por parte de las empresas. En
Chile, sin embargo, estos últimos son considerados un crédito sobre los impuestos
personales que posteriormente deben pagar sus dueños sobre aquella parte de las
utilidades que retiren. Es decir, en este país, los impuestos a la renta que
pagan las empresas no constituyen sino un anticipo sobre los que luego deben
pagar sus dueños. Pues bien, resulta que los inversionistas extranjeros en
Chile, están sujetos a una tasa marginal de 35 por ciento sobre las utilidades
repatriadas, mientras el dueño de nuestra pastelería queda sujeto a una tasa
marginal ¡superior a 40 por ciento!
Lo
anterior operaría en caso que efectivamente unos y otros reconocieran retirar
utilidades, lo cual todos los propietarios de empresas disfrazan como re
inversiones, sea en las mismas empresas que generan las utilidades en primer
lugar -la mitad de las gigantescas inversiones de más de cien mil millones de
dólares aprobadas por las mineras para los próximos cinco años, corresponden a
reinversión de utilidades-, como en una cascada de "inversiones" en
una serie de empresas de papel creadas exclusivamente con este objeto. Como
resultado de todo ello, en Chile ningún empresario paga la tasa marginal de
impuestos a las personas -que en teoría es el único impuesto que se paga-, la
que queda en pie solamente para los asalariados de ingresos elevados, a quienes
se les descuenta por planilla.
Ni
siquiera pagan la tasa de 20 por ciento, que hasta el 2010 era de 17 por
ciento, de impuestos anticipados por las empresas, puesto que la liquidación
anual termina en una gigantesca devolución de estos anticipos a los dueños. El
diario El Mercurio estimó recientemente que las tasa reales de impuestos a la
renta que pagan en Chile los empresarios son de 0,7 por ciento para el tramo
entre 12.000 y 25.000 dólares mensuales de ingresos y de 9,2 por ciento para
los que resultan superiores a esta última cifra.
Pues
bien, los propietarios de las mineras hacen uso y abuso de todos estos
resquicios, con la ventaja que su tasa marginal es cinco puntos inferior a la
de los empresarios chilenos, como se ha mencionado. Con sistemas tributarios
tan permisivos en general -cuya corrección constituye otra de las grandes
cuestiones pendientes-, la única manera efectiva de recuperar parte de la renta
que se apropian las grandes corporaciones rentistas, consiste en someterlas al
pago de regalías sobre los recursos extraídos, las cuales en Chile, como se ha
mencionado, consisten en un tributo especial cuyo monto equivale a menos de uno
por ciento de las ventas.
Resultados
La
privatización sin cobro de los recursos ha introducido una distorsión muy
grande en la economía chilena. La minería representa dos tercios de las
exportaciones del país, cuyo valor equivale, por su parte, a la mitad del PIB.
Ni siquiera en la época del salitre se alcanzó una dependencia de esta
magnitud, puesto que en 1929 las exportaciones representaban un 29 por ciento
del PIB. La minería ha absorbido un tercio de toda la inversión extranjera
llegada al país entre 1974 y 2011 y dicha proporción sube de la mitad si se
considera la parte proporcional de la inversión en energía, un tercio de la
cual se genera para abastecer a la minería. Representa una cuarta parte de las
ventas de las cien principales empresas del país y un quinto del PIB. Sin
embargo, ocupa ¡sólo 1,5 (uno coma cinco) por ciento de la fuerza de trabajo
asalariada nacional!
Si
se consideran adicionalmente la agricultura, silvicultura, pesca y energía, es
decir, todos los sectores basados en recursos naturales, las cifras anteriores
ascienden al 90 por ciento de las exportaciones, el 60 por ciento de la
inversión, el 50 por ciento de las ventas y un cuarto del PIB, respectivamente.
El empleo total en estos sectores, en cambio, solo asciende al 9,3 por ciento
del total de los asalariados.
El
asunto va de mal en peor. Si se consideran los grandes proyectos aprobados para
el quinquenio 2011-2015, la minería sola absorbe más de la mitad de la
inversión, tanto nacional como extranjera, pero dará ocupación permanente a
solo un 0,8 por ciento adicional de la fuerza de trabajo asalariada.
Es
decir, los grandes inversionistas no son auténticos capitalistas, que vienen a
obtener ganancias a partir del valor agregado por sus trabajadores en la
producción de bienes y servicios competitivos: los que han llegado vienen por
los tesoros con que la naturaleza ha bendecido al territorio, de cuya renta se
apropian casi por completo.
Como
resultado de la hegemonía de los rentistas, el país ha abrazado el librecambio
a ultranza, desmantelando la producción interna. Aparte de las ramas de
recursos naturales, la producción se ha restringido solo a aquellas industrias
que cuentan con protección natural, como la construcción, el transporte y
algunos servicios. Mientras tanto, más de la mitad de la fuerza de trabajo, se
encuentra ocupada de modo precario en el comercio, finanzas, servicios sociales
y personales, todos ellos de bajo valor agregado. Uno de cada diez trabajadores
han estado cesantes, en promedio, desde el golpe de Pinochet.
El
poco interés de los grandes rentistas por el valor agregado por el trabajo, ha
llevado a descuidar la educación, donde se ha desmantelado el sistema nacional,
gratuito y de buena calidad que el país había construido a lo largo de medio
siglo, que antes del golpe de 1973 tenía matriculado a uno de cada tres
chilenos de todas las edades. Hoy estudian en el sistema público y privado,
solo uno de cada cuatro habitantes, pagando elevados aranceles por un servicio
deficiente, mientras el gasto público en educación es un tercio inferior al que
el país desembolsaba hace cuatro décadas, como porcentaje del PIB.
Las
ganancias de las grandes empresas mineras equivalen a un ocho por ciento del
PIB y forman parte del excedente de explotación apropiado por el conjunto de
las empresas, el que representa la mitad del PIB. De ese total, los dueños de
los recursos y el capital, que representan menos del uno por ciento de la
población, reinvierten un quinto del PIB y consumen un 30 por ciento del mismo.
Mientras tanto, los ingresos del trabajo - que coinciden con los de las
familias que responden la encuesta de ingresos de hogares, que en Chile se
llama CASEN -, se han visto reducidos a sólo un 40 por ciento del PIB, todo
ello según cifras oficiales. Las rentas de la minería resultan decisivas para
la distribución del ingreso, así considerada. Ésta empeoró drásticamente entre
2009 y 2011, principalmente por el fuerte crecimiento de aquellas, debido al
incremento del precio del cobre entre esos años: los ingresos sumados de todas
las familias que responden la CASEN disminuyeron su participación en el PIB
¡desde 45 por ciento el 2009 a 40 por ciento el 2011!
Todo
lo anterior sin abordar siquiera el enorme daño ambiental que la depredación de
la industria extractiva ha representado para amplias regiones del país y las
comunidades que las habitan.
Conclusión
Estos
argumentos teóricos y prácticos parecen responder la gran pregunta: el modelo
de crecimiento económico basado en la industria extractiva no es consistente
con una apuesta por formas de inclusión democrática, calidad de vida y salud
ambiental que sean sostenibles en el tiempo.
Un
fantasma viene recorriendo el mundo desde principios de los años 2000, que la
prensa internacional ha bautizado "nacionalismo de recursos." Desde
Bolivia a Uzbequistán y desde Australia al Reino Unido, los gobiernos de los
países ricos en recursos naturales han venido renacionalizando o al menos
exigiendo una mayor participación en las rentas de sus recursos, que habían
sido privatizados durante el período neoliberal.
Quizás
el hito más significativo en América Latina y el mundo, por su magnitud, lo
constituye la renacionalización en los hechos de Petrobras, bajo la forma de un
aumento de capital en que el Estado aportó los recién descubiertos yacimientos
submarinos. El Presidente Lula lo denominó "Segunda Independencia,"
parafraseando al presidente chileno Salvador Allende y declaró que impulsaría
una industria local de insumos de nivel mundial. La Presidenta Rousseff ha
propuesto recientemente que todas las regalías se destinen a educación, ciencia
y tecnología, lo que convertirá a Brasil en líder mundial en la materia, con un
10 por ciento del PIB destinado a ello.
¿Nos decidiremos los chilenos a reemprender ese camino, durante
el próximo gobierno?