Verónica Acosta, Estudiante Administración Pública. |
Cuando ingresé a la Universidad hace unos años, sin tener conocimiento de cómo se expresaba y vivía la política en las aulas y elecciones estudiantiles correspondientes, me llevé muchas impresiones que cabe la pena mencionar, y cuyo análisis con el paso del tiempo es básicamente, el mismo.
Dentro de las diferentes corrientes que conviven dentro de cada carrera y facultad existe el obvio factor común, todos estudiantes con el fin último de ser profesionales y salir adelante en la vida. Sin embargo, las diferencias ideológicas marcan una distinción importante al momento de debatir temas importantes a nivel de contingencia, como se vive hoy en día. Y es allí donde nace mi curiosidad por el alto nivel de afección que tiene la historia de nuestro país, de nuestras familias, en cómo nos expresamos frente a los demás y en cómo eso contribuyó a formarnos ideológicamente.
Existen quienes defienden a figuras políticas por sus discursos ampliamente conocidos, por su retórica admirable y sus sueños de país; otros, admiran y siguen los ideales pensados hace ya más de un siglo y que no tienen vigencia alguna, pero son grandes aspiraciones de una sociedad igualitaria. Todos quienes siguen a cada uno de estos modelos, entre todos los que existen, tienen algo en común, sus referentes tienen un pasado histórico marcado por dificultades y que los ha llevado a ser “mártires” dentro de su época y entre los jóvenes principalmente. Esto se explica porque a nuestra edad es muy relevante tener referentes por los cuales guiarse, edad en que las influencias en la forma que se instruye la persona marca el camino por el cual seguirá su línea de pensamiento a la vida adulta.
Son también los hechos históricos de una Nación que marcan a las personas en lo más profundo de sus convicciones, generando odio y resquemor frente a las creencias que nos diferencian y de las cuales deberíamos estar contentos de tener, y no atemorizados.
Ninguna sociedad saldría adelante sin diferencias que finalmente ayudan a construir algo mejor para todos, y Chile es un ejemplo de estancamiento en aquel sentido, porque los jóvenes estamos llenos de influencias sobre realidades que no vivimos, que nuestros padres y abuelos sí experimentaron y los libros cuentan con detalles reales, pero quizás no con todo lo que debiésemos saber para poder distinguir cada aspecto de lo que sucedió hace casi 40 años atrás.
Queda la disyuntiva de lo que increíblemente es el creer en los textos y autores o formarse una propia opinión de hechos de los que ni siquiera fuimos testigos, aquella interpretación que sale de la lógica y se llena con nuestros propios pensamientos tendenciosos.
¿Somos una sociedad aletargada en superar los momentos históricos que nos han marcado?, y si es así, se refleja directamente en las nuevas generaciones, llamadas a ser la voz del cambio de mentalidad pero chocan con estas influencias que no debiesen existir; debemos siempre aprender de la historia, aciertos y desaciertos, pero movernos hacia adelante y poder evolucionar, tal como el ser humano aprende de sus errores y es capaz de no quedarse atrás.
Si no es así en un corto plazo, todo intento de salir del letargo mencionado llevará nada más que a seguir un camino diferenciador y no de unión, donde cada vez se hará más difícil ver el fin común que queremos conseguir, un Chile justo y unido.