Un país flexible y formal con indicadores que
dan cuenta de una fuerte precarización, no puede darse el lujo de celebrar una
tasa de desocupación baja. Gracias al “ideario de derecha” y la “revolución
liberal” se está obligado a avanzar y modernizar los análisis para comprender
mejor esta realidad revolucionada, y por ello, el pleno empleo está lejos de
serlo.
La encuesta de la Universidad de Chile nos informa
que el Gran Santiago tiene un 5,2 % de desempleo. Que la ocupación crece en 2,8
puntos porcentuales en un año y que la desocupación disminuye en 1 punto
porcentual (6,2 %). La conclusión casi instantánea es que “estamos en una situación de pleno
empleo”.
De
esta forma, el Presidente Sebastián Piñera y la ministra del Trabajo Evelyn
Matthei, celebran. El mandatario señala incluso que quiere ser recordado como “el Presidente del trabajo”, el ministro de Economía, Pablo
Longueira, declara que todo esto “es fruto de un ideario de derecha
que cree en la libertad de las personas y en una movilidad social basada en la
educación y el emprendimiento”. El ministro, destaca además que los últimos 20 años se han
gobernado con “ideas de
derecha”. Sin realizar
ninguna crítica ideológica, es posible plantear contradicciones lógicas entre
la celebración de la baja de la desocupación que señala pleno empleo y la causa
que estaría a la base de esa baja desocupación: las políticas neoliberales o de
“ideario de derecha” de los últimos 20 años.
En lo relativo
al trabajo, tal ideario de derecha, señala como su fundamento irrenunciable, el
Plan Laboral de José Piñera de 1979. Este plan busca, según su autor, “un arduo trabajo de limpieza y
liberalización del mercado del trabajo en Chile”. Esta ardua labor, implicó
la descentralización de la negociación colectiva a nivel de empresa, la
ausencia de derecho efectivo a huelga y la desregulación de la fijación de
salarios. Se incentivan grupos negociadores y convenios colectivos. A su vez,
genera las condiciones para la externalización de servicios. “Hubo que
levantar la insólita prohibición que había sobre las empresas públicas y
privadas de subcontratar labores a terceros”. El
Decreto Ley N° 2.950 fue el encargado de “sacar la maleza”. Este
cuerpo deroga la Ley 16.757 que excluía la externalización de las labores de la
empresa.
Por lo tanto, se sientan las bases para el despliegue progresivo
de la flexibilización en el mundo del trabajo.
Tanto Pablo
Longueira como José Piñera, señalan que los gobiernos de la Concertación fueron
exitosos gracias a que gobernaron bajo las ideas de la derecha, producto de la
revolución liberal realizada en los 80’, cuyos pilares fundamentales están
representados por el Plan Laboral, las AFP, la Educación y las Isapres. Y,
efectivamente, durante los 20 años concertacionistas, ni la negociación
colectiva, ni el derecho a huelga, ni el salario mínimo, fueron reformados de
manera suficiente como para dar cuenta de una “nueva visión” laboral. Si bien,
en el periodo 1990-1993, se realizaron los acuerdos tripartitos entre CUT,
Gobierno y empresarios, estos fueron de índole “recuperativa” de las bajas
condiciones salariales que dejó la década de los 80’, pero no de una transformación
sustancial de las condiciones impuestas por el Plan Laboral. Así las cosas, tal
cual lo plantea Ffrench-Davis, Director de Estudios del Banco Central entre
1990 y 1992, fue un “cambio en continuidad”. La flexibilización sistemática ha
sido la línea continua del empleo en el país.
Según María
Ester Feres, directora del Trabajo entre 1994 y 2004, en la Reforma Laboral del
2001, bajo el gobierno de Ricardo Lagos, se realizaron cambios en función de
formalizar contratos flexibles o “atípicos”, donde se reconoce el trabajo part-time,
se incentiva el contrato de empleo juvenil (descuento de capacitación), trabajo
a domicilio (que se reputa como asalariado) y polifuncionalidad (contrato con
dos o más funciones específicas). Ello
fue en línea con el espíritu de las reformas que tuvieron lugar en América
Latina durante los 80’ y 90’ para combatir el trabajo no registrado mediante la
flexibilización de las modalidades de contratación. Según
Ffrench-Davis, fueron políticas activas de empleo, donde se privilegió la
cantidad más que la calidad de los mismos.
Luego en 2007, se regula la externalización de servicios bajo la
Ley de Subcontratación, en el contexto de un alza importante de movilizaciones
por parte de la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC), que puso en la
palestra las desiguales condiciones laborales y salariales de los trabajadores
de planta y externos realizando similares funciones.
Las
transformaciones de los últimos 40 años, vistos en continuidad, muestran cómo
el mundo del trabajo se fue desligando de sus antiguos estatutos. Eso mismo —y
he aquí la contradicción— plantea serias dudas acerca de analizar con los
mismos indicadores de la década de los 70’ o incluso los 90’, el mercado
laboral. Una de las consecuencias más relevantes de las transformaciones
producidas, es el tipo de empleo generado, muy distinto a aquel de las tesis
clásicas del pleno empleo.
Con la flexibilización de las relaciones contractuales, se
desdibuja el asalariado “típico”, las relaciones laborales son radicalmente
distintas a las de hace 40 años y los indicadores para observar los cambios y
las reales condiciones de vida de los ocupados son diversos y
multidimensionales.
Hoy según la
Nueva Encuesta Nacional del Empleo del trimestre septiembre-noviembre 2012:
1) Más de un millón de asalariados no tiene un
contrato laboral.
2) El 70 % de los empleos asalariados
generados desde enero-marzo 2010 corresponde a empleos externalizados, los
cuales obtienen un 30 % menos de ingresos que los asalariados de planta (según
la Nueva Encuesta Suplementaria de Ingresos 2011).
3) Existe un 55 % de jornada parcial involuntaria (Subempleo), cuando en promedio en la
OCDE es del 21 %.
4) El 92 % de la variación de los trabajadores
por cuenta propia desde enero-marzo del 2010, corresponde a trabajadores de
baja calificación y el 90 % a jornada parcial. Por lo tanto, tampoco es un
emprendedor que se dedique a una actividad económica sólida y permanente.
La misma revolución liberal con “ideas de derecha” con la cual
explican el “pleno empleo”, obliga a una transformación de los indicadores a
utilizar para medir los “logros económicos” de un gobierno. La tasa de desocupación,
gracias a las “transformaciones” de los últimos 40 años, no dice mucho
actualmente, sólo señala que esas personas no están insertas en el mundo del
trabajo, pero no dice nada sobre cómo están las que sí se insertan. La realidad
del mercado laboral nacional, es de una alta incidencia de subutilización de la
fuerza de trabajo (subempleo o jornada parcial involuntaria), baja tasa de
sindicalización (14 %) y negociación colectiva (10 %) y donde el 50 % de los
trabajadores según la encuesta Casen 2011, gana menos de $251.000.
Un país
flexible y formal con indicadores que dan cuenta de una fuerte precarización,
no puede darse el lujo de celebrar una tasa de desocupación baja. Gracias al
“ideario de derecha” y la “revolución liberal” se está obligado a avanzar y
modernizar los análisis para comprender mejor esta realidad revolucionada, y
por ello, el pleno empleo está lejos de serlo.